20 julio 2008

PARTIDO POR LA MEMORIA


UNA FINAL ALGO INCOMPLETA PERO EN DEMOCRACIA

La cancha de River pareció vacía ante las más de 15.000 almas que decidieron participar de lo que fue llamado “LA OTRA FINAL”, el partido por la memoria y los derechos humanos, a 30 años del mundial ´´78. Es que ese fue el escenario donde jugadores argentinos y holandeses, tres décadas atrás, lucharon por conseguir el primer título mundial de fútbol para sus países mientras a pocas cuadras de ahí funcionaba la ESMA, el mayor campo de concentración de la última dictadura militar argentina.
Los gritos no eran solamente porque el “Matador” Kempes arrasaba sobre defensas contrarias sino porque había “OTROS MATADORES”, los agentes de terror del propio Estado que, a base de torturas y asesinatos, sumergía en el dolor a todos los prisioneros y a todos los argentinos, aunque muchos sin saberlo en ese momento.
La jornada, organizada por el Instituto Espacio para la Memoria y con la participación central de Madres de Plaza de Mayo (línea fundadora), tuvo el objetivo primordial de recordar la tragedia en medio de una fiesta popular como es el fútbol, pero sin remordimientos y sin rencores hacia los jugadores de aquella Selección comandada por César Luis Menotti. Así nos lo transmitió Nora Cortiñas, la presidenta de la mencionada asociación: “Uno con los años se fue dando cuenta de que los jugadores eran jóvenes de 20 años y que su única ilusión era jugar en un mundial. Ellos, como mucha gente, no sabía qué pasaba alrededor, sólo querían que Argentina ganara”.
Fue una pena ver a tres jugadores solamente de aquella selección participando del evento. Leopoldo Jacinto Luque (quien en plena disputa del certamen se enteró que su hermano había muerto en un confuso episodio), René Orlando Houseman (recientemente sostuvo que si hubiese tenido conocimiento de lo que ocurría en el país no hubiese jugado) y Julio Ricardo Villa (con el tiempo reflexionó sobre la utilización que los militares hicieron del mundial y de ellos como actores principales). Los que no fueron, no lo hicieron por distintos motivos, pero nunca existió un compromiso total de los jugadores, el cuerpo técnico y dirigentes del fútbol argentino con las Madres y Abuelas en referencia al tema de los desaparecidos. Muchas hoy siguen buscando a sus familiares. A pesar de ello, Nora Cortiñas no juzga: “Los que no quisieron venir o no pudieron, van a darse cuenta de que esto no era una revancha contra ellos sino sencillamente mostrar que esto fue una gran tapadera del terrorismo de Estado para llevar a cabo el mundial”.
Agrupaciones de derechos humanos, funcionarios públicos, periodistas, ex detenidos - torturados, militantes políticos y familias partieron desde la ESMA hacia el estadio de River Plate, portando la extensa bandera con las imágenes de los desaparecidos. La marcha fue tranquila, pacífica y con algunos cantos referidos a los represores y militares de la época. Se usó el carril derecho de la avenida Libertador y no faltó algún gesto de provocación por parte de algún habitante de los lujosos hogares aledaños. Por ejemplo, cuando se escuchó una marcha militar desde alguna casa o algún automovilista que insultaba por disponer sólo de media avenida: “¡Otra vez estos zurdos de m…!” Ninguno de las agresiones fue respondida por la gente que marchaba.
En la misma caravana se encontraba Adolfo Pérez Esquivel, el premio Nobel de la Paz del año 1980 que estuvo detenido y que fue torturado en esos momentos. Lo soltaron a días de la final del mundial. Sus palabras mostraron las sensaciones por la jornada de recuerdo y la inentendible siniestra imagen del horror y la gloria: “Este no es un día de festejo. Es de memoria y reivindicación. Yo, estando en prisión, no podía comprender cómo genocidas y prisioneros gritaban juntos los goles de Argentina”. Es la eterna discusión sobre qué tan importante es el fútbol en la vida de nuestro país y cómo puede llegar a unir semejante connotación trágica.
Ya en el estadio, la bandera fue entrando con las madres y abuelas a la cabeza y los aplausos que bajaban desde todos los sectores, salvo desde aquel que fue sólo ocupado por una inscripción en tela que decía: “30.000 desaparecidos, presentes”. Los jugadores de la selección del ´78 fueron homenajeados por las madres y abuelas quienes obsequiaron una medalla a cada uno.
Luego llegó el partido entre selecciones juveniles y representantes de organismos de derechos humanos.
Al final del mismo, se pudo escuchar la música de Luis Alberto Spinetta, Juan Carlos Baglietto, Horacio Fontova, Liliana Herero, Lito Vitali, Sara Mamani, La bomba de tiempo y Arbolito.
La tarde del 29 de junio caía. La presencia de los tres jugadores mundialistas había servido para darle una fuerte carga simbólica al objetivo de poder reconciliar al fútbol con aquellos seres que tuvieron la desgracia de perder a sus hijos y que buscan a sus nietos. Una pérdida que, para ellos es una búsqueda constante, para saber dónde están, para hallar certezas, porque si éstas no existen, no hay posibilidad de elaborar el duelo.
También sería conveniente que estas iniciativas puedan ser emprendidas por todas las asociaciones de madres y abuelas, a sabiendas de que no comparten criterios ante la misma desgracia. Hay diferencias ideológicas que impiden que, por ejemplo, organicen un evento de esta envergadura.
Pero, fundamentalmente, el objetivo es que la sociedad “llene ese estadio algún día” (algo no fácil de lograr, por capacidad del mismo y por voluntad social) para condenar con todas sus fuerzas el terrorismo de Estado. Para que no vuelva a pasar. Porque lo que no se recuerda, puede repetirse, a decir de un buen psicoanalista. Y para que no se repita, la memoria debe estar funcionando con todas las luces del reclamo y el pedido de justicia.