Estaba escrito que algún día iba a llegar la hora señalada y se cumpliría al fin mi sueño juvenil de escribir en El Gráfico. Confieso que tuve mucha suerte. Porque no siempre los sueños se convierten en realidades.
En 1962 estaba en Santiago de Chile cubriendo la Copa del Mundo de 1962 para el diario La Razón y Radio Splendid. En una de las trasnoches Fontanarrosa me confidenció que le habían ofrecido la dirección de El Gráfico para después del mundial y me preguntó si quería acompañarlo en la redacción. Le pedí tiempo para pensarlo. Y al cumplirse los primeros diez segundos, le dije que sí.
Mi primer comentario fue un Boca-Independiente jugado en el barro. En la página 3 titulé: "Rugby con pelota de fútbol". El fútbol que se jugaba no era bueno... Más que nunca, las defensas superaban a los ataques. Hasta que Racing 1966 se encargó de darle un soplo nuevo, vital, dinámico y pujante al fútbol triste que se estaba viendo. Pizzuti impuso la consigna de "todos al ataque" y aquel Racing hizo una verdadera revolución. Era puro vértigo. Fue el más cercano antecesor de lo que expuso Holanda con su mecanismo anaranjado del ´74.
Lástima que ese ciclo arrasador racinguista llegó un poco tarde. Porque el Seleccionado Argentino que viajó al mundial de Inglaterra se estructuró y funcionó dentro del concepto anterior, exageradamente defensivo, escasamente atacante.
En el mundial ´70 me hice hincha de Brasil. Y no me defraudó. Con Brasil salió campeón el fútbol que todos amábamos y amamos, el fútbol juego, el fútbol arte.
Un recuerdo imborrable de esos años vividos en El Gráfico está ligado con el último momento estelar del Racing Club, cuando conquistó la Copa Intercontinental en 1967. Viajamos un sábado a Montevideo para ver la final contra el Celtic. Si ganaba el equipo de José, lo que dábamos por descontado, necesitábamos cerrar simultáneamente cuatro ediciones diferentes: un número extra de El Gráfico dedicado a ese encuentro final, y debía estar a la venta el domingo por la tarde; un libro especial sobre Racing Campeón del Mundo; las últimas 20 páginas de Sport (Suplemento Mensual de El Gráfico) que había que dar por concluidas esa misma noche; y la cobertura del mismo desenlace para El Gráfico semanal.
Los cuatro periodistas a cargo de semejante operativo (El Veco, Ardizzone, Onesime y yo) regresamos a Buenos Aires en una avioneta y tecleábamos en la redacción alrededor de las siete y media de la tarde. Le dimos hasta pasada la medianoche, y nos fuimos a dormir a un hotel cercano para, el domingo, a las ocho y media de la mañana, seguir bajando páginas...
Eran las dos de la tarde del domingo cuando cada uno se fue para su partido, con una veintena de ejemplares del número extra bajo el brazo, para repartirlos entre los colegas de las radios y el palco de periodistas.
Cuando hay que hacer esos esfuerzos, no hay desgano ni cansancio ni ausencia de inspiración. Uno se siente Martín Fierro, las coplas le van brotando como agua de manantial. La alegría de hacer algo que van a disfrutar muchos le agrega un renovado impulso a cada línea de texto, a cada día, a cada opinión.
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