
Me dolió el pecho ver a Antonio Puerta desmayarse en la cancha por un paro cardíaco. Luego recuperarse, irse caminando y acompañado, lógicamente, descendiendo por el túnel ( su última imagen con soltura de cuerpo, pero un poco agarrándose de las paredes internas de la escalera ). Luego más paros. Y el oxígeno que no llegó al cerebro. Y se paró el fútbol cuando se supo de su muerte, dos días y medio más tarde, el martes 28 de agosto. Se enlutó el fútbol español por la ida de este jugador del Sevilla. ENRIQUE PUERTA. Un jugador de sólo 22 años, que ya había ganado un par de Copas UEFA, SUPERCOPA ESPAÑOLA, COPA DEL REY y peleas palmo a palmo con los gigantes del Real Madrid y el Barcelona. Y además, ya debutante en la selección española.
DOLOR, VIEJO. ¿Qué más puede causar? Es increíble cómo la muerte te llama a la búsqueda del conocimiento de ese que emprendió su viaje definitivo. Y veo goles ( bonitos por cierto ), gambetas, un penal de serie convertido en una de las finales. A pesar de jugar de 3. Pero lo que más me acongoja es que veo a un ser feliz. A un amante del fútbol. Y YO AMO A LOS AMANTES DEL FÚTBOL. Me hermano con ellos. Somos una raza. Y lo veo otra vez. Festejando como un niño. Con la cara serena de la felicidad, palabra difícil si las hay. Saludando uno por uno en la multitud. Puño y palma por palma y puño. Y la displasia, andogasmia, ventrículo, genético, arritmia y no sé que palabra más, me invade y alimenta mi tristeza.
No, no me voy a meter a ver videos del pibe. Me quedo con el recuerdo completo, lo bueno y lo feo, lo lindo y lo malo, el disfrute y el dolor, la admiración y la puteada.
Más que un jugador de fútbol, se fue un jugador de fútbol feliz. Eso me da más pena...
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