
“Yo no soy ídolo, soy popular”, decía RIngo Bonavena allá por los mejores momentos de su carrera de boxeador y de popularidad. En realidad, decir que fue sólo boxeador este hombre curtido y criado en el barrio de Parque Patricios es como decir que para vivir sólo hace falta respirar. Y vaya si habrá vivido este personaje que se construyó a sí mismo, que supo utilizar para su beneficio a los medios de comunicación pero que en otras ocasiones sus bromas o su forma de tomarse los temas de la realidad no cayeron bien en la sociedad argentina, o por lo menos, en parte de ella.
Ringo, al margen de adhesiones y rechazos, era un hombre de pertenencia. De pertenencia a su familia (cómo no recordar su confeso amor a su madre doña Dominga, la hacedora de los famosos ravioles de los domingos), a su país (alguna vez exhibió una remera con la inscripción “las Malvinas son argentinas”), a su feroz antiperonismo (hubo más de una pelea con alguno de sus hermanos que apoyaba al general) y a su querido Huracán, el equipo de sus amores, al que había llegado a sus instalaciones para entrenar en los primeros pasos de su carrera boxística porque lo habían expulsado del club rival azulgrana. Es que Bonavena se había tirado con ropa a la pileta de San Lorenzo y no le perdonaron eso ni otras andanzas en el club.
Ringo solía ver al equipo de sus amores en la tribuna popular del Tomás Ducó, pero luego, a medida que su mano izquierda avanzaba en los rings debió alejarse de la cancha.
Eso no impidió que Ringo asistiera al estadio de Huracán para ver coronarse campeón a ese famoso equipo de 1973 que dirigía el flaco Menotti. Carlos Babington, uno de los conductores de aquel conjunto contó más de una vez que Ringo solía ir a los entrenamientos y se ponía jugar con los jugadores, obviamente que ocasionaba carcajadas en todos, en especial por su juego poco hábil a causa de sus pies planos.
La tribuna popular quemera lleva su nombre como recuerdo indeleble. Y hoy 25 de septiembre, cumpliría 65 años. Ringo, aunque no viva, está en la popular de su querido club y en la memoria de todos los argentinos. Lo que no muchos han logrado.
Ringo, al margen de adhesiones y rechazos, era un hombre de pertenencia. De pertenencia a su familia (cómo no recordar su confeso amor a su madre doña Dominga, la hacedora de los famosos ravioles de los domingos), a su país (alguna vez exhibió una remera con la inscripción “las Malvinas son argentinas”), a su feroz antiperonismo (hubo más de una pelea con alguno de sus hermanos que apoyaba al general) y a su querido Huracán, el equipo de sus amores, al que había llegado a sus instalaciones para entrenar en los primeros pasos de su carrera boxística porque lo habían expulsado del club rival azulgrana. Es que Bonavena se había tirado con ropa a la pileta de San Lorenzo y no le perdonaron eso ni otras andanzas en el club.
Ringo solía ver al equipo de sus amores en la tribuna popular del Tomás Ducó, pero luego, a medida que su mano izquierda avanzaba en los rings debió alejarse de la cancha.
Eso no impidió que Ringo asistiera al estadio de Huracán para ver coronarse campeón a ese famoso equipo de 1973 que dirigía el flaco Menotti. Carlos Babington, uno de los conductores de aquel conjunto contó más de una vez que Ringo solía ir a los entrenamientos y se ponía jugar con los jugadores, obviamente que ocasionaba carcajadas en todos, en especial por su juego poco hábil a causa de sus pies planos.
La tribuna popular quemera lleva su nombre como recuerdo indeleble. Y hoy 25 de septiembre, cumpliría 65 años. Ringo, aunque no viva, está en la popular de su querido club y en la memoria de todos los argentinos. Lo que no muchos han logrado.